Quinta Sinfonia - Shostakovich-Haz click para ver video



La Quinta Sinfonía de Dimitri Shostakovich fue compuesta en 1937 y estrenada el 21 de noviembre de ese año por la Orquesta Filarmónica de Leningrado bajo la dirección de Yevgeny Mravinski, la obra lleva como subtítulo "Respuesta de un artista soviético a una crítica justa". Esta frase, que es del propio compositor, ha sido interpretada como una señal de la subordinación de Shostakovich al realismo socialista propugnado por Stalin, aunque si se presta una cuidada atención a la obra -aparte de lo que se descubre al leer las polémicas memorias del compositor, publicadas por el musicólogo disidente Volkov después de la muerte de Shostakovich- se desvela otra cosa: la Quinta Sinfonía es trágica y no optimista, tan rigurosamente formal como cualquier otra obra anterior del compositor y no contiene ninguna cita de música popular rusa (una de las consignas clásicas del realismo socialista en cuanto al arte musical). Shostakovich logró la reconciliación con el gobierno soviético con una obra que en su capa más profunda niega la estética que se buscaba imponer sobre él y sobre todos los artistas, poniendo de relieve la tragedia que en verdad el pueblo ruso vivía en aquellos tiempos.

Notorio por sus conflictos con el régimen soviético -en particular durante la era estalinista-, Shostakovich era ya famoso en su juventud. Su Primera Sinfonía, escrita como pieza de graduación del Conservatorio de San Petersburgo en 1926, fue estrenada en esta ciudad y repetida en Moscú con éxito clamoroso. El nuevo gobierno soviético no tardó en hacer del compositor un emblema del realismo socialista, un ícono cultural con proyecciones netamente propagandísticas.
Tras la Primera Sinfonía, Shostakovich se orientó hacia el área de la ópera, el ballet y la música cinematográfica, tres pasiones que cultivaría a través de toda su carrera. En 1934 anunció el ambicioso proyecto de escribir cuatro óperas en un plazo de diez años, un ciclo en torno al tema de “la mujer en Rusia”. La primera de estas obras -Lady Macbeth de Mtsensk- representó otro gran éxito para el compositor. El régimen soviético recibió la obra con beneplácito y propuso incluso promoverla más allá del telón de acero, como una prueba de la buena voluntad de la Unión Soviética hacia el mundo occidental.

Sin embargo, Lady Macbeth habría precisamente de significar el punto de ruptura entre el compositor y las autoridades oficiales. En enero de 1936 un artículo publicado en Pravda condena la ópera como una “decadente manifestación de formalismo y de caos musical”. La obra es calificada de “vulgar”, “sexual” y “gratuitamente violenta”, y el compositor es acusado por cultivar un nuevo, altamente reprensible estilo: la “pornofonía” (!) El artículo era anónimo, con lo cual el punto de vista expresado asumía un carácter oficial y, por así decirlo, editorial. A partir de ese momento la relación entre Shostakovich y los alguaciles musicales de Stalin -en particular el legendariamente mediocre Tikhon Khrenikov- no haría sino avinagrarse. Otros críticos sumaron pronto sus voces para hacer caer en desgracia a Shostakovich. Uno de ellos lo censura por haber “sacrificado el contenido ideológico y emocional de sus obras en nombre de un efectismo orquestal barato y truculento”. El programa estético del compositor -su deseo de crear una música que fuese a un tiempo accesible y sofisticada, popular pero no concesiva- no sería nunca comprendido por las autoridades gubernamentales estalinistas.

Después de esta andanada crítica, Shostakovich se eclipsa por espacio de casi dos años. La música para el cine -menos sujeta a fiscalización y escrutinio oficiales- le suministra un asilo estético relativamente seguro. Después de abortar el estreno de su Cuarta Sinfonía -retirada luego de diez problemáticos ensayos-, el compositor se centra pacientemente en su Quinta Sinfonía, escrita en 1937 en el lapso de tres meses.

La obra fue estrenada en Leningrado. El público adoró desde un principio la sinfonía, y las autoridades le dieron su bendición oficial. Si la Primera había significado la entrada triunfal de Shostakovich en la escena internacional, la Quinta Sinfonía habría de cimentar su importancia como el más destacado sinfonista del siglo.

A propósito de la obra, el compositor escribiría el siguiente programa: “El tema de mi sinfonía no es otro que la forja del hombre. Es el hombre, con todo su cúmulo de experiencias, quien constituye el eje mismo de mi concepción. La obra es lírica de principio a fin. El Finale representa la optimista resolución de los conflictos planteados en el primer movimiento”. En efecto, el triunfalismo de esta fragorosa conclusión -que algunos comentaristas juzgan no ser otra cosa que una boutade de parte del compositor- nos remite directamente a la retórica sinfónica de Beethoven (Tercera, Quinta y Novena), Tchaikovsky (Tercera, Cuarta y Quinta), Bruckner (Cuarta), Sibelius (Segunda) y Mahler (Primera y Segunda): después del descenso a los infiernos, la apoteosis de la luz.

La Quinta sinfonía da inicio con un vigoroso canon a cargo de la cuerda. Sobre este asertivo gesto no tarda en decantarse el lírico segundo tema. Estos dos elementos -amenazador el primero, poético el segundo- se disputan la palabra a todo lo largo del Moderato. Es destacable la paroxística culminación del desarrollo. Pocos compositores pueden jactarse de saber sostener un clímax tan prolongado sin que el oyente termine por aturdirse o por perder el interés. Shostakovich lo consigue con creces. El Allegretto es un scherzo lleno de humor y de sarcasmo, donde ocasionalmente un tiempo extra viene a dislocar la regularidad del compás. El Largo nos sume en una atmósfera de dolor y de introspección. Las emociones están aquí a flor de piel. La cuerda asume todo el protagonismo: es ella quien canta, gime y reconforta. La coda -murmullo de los violines puntuado por el arpa y la celesta- es altamente reminiscente del final de la Cuarta Sinfonía. El enérgico Allegro ma non troppo puede ser visto como un casi continuo accelerando, un itinerario hacia la apoteosis final.

La duda, sin embargo, persiste: ¿cuán en serio podemos tomar aquí a Shostakovich? ¿Es este enfático, grandilocuente corolario una expresión honesta de fe humanista, de confianza en el triunfo postrero del hombre, o estamos aquí antes bien en presencia de una caricatura, de una tomadura de pelo destinada a parodiar el triunfalismo -el mensaje edificante y optimista- exigido a todo creador por el realismo soviético? La cuestión queda abierta al debate, y su elucidación dependerá naturalmente del sesgo que cada interpretación le imprima a la obra.

No hay comentarios: